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146 CIENCIA Y ACCIÓN

cuentra cargado de hijos se vea obligado á im- provisar de cualquier modo una pedagogía. ¡Y qué pedagogía se forman para su uso algunas per- sonas!

Pero lo raro es que tal estado de cosas pase como natural y no produzca extrañeza alguna. Seguramente que á nadie se le ocurriría pensar que una persona pueda ejercer el oficio de zapa- tero sin haber tenido antes el correspondiente aprendizaje; y, sin embargo, se admite como la cosa más natural del mundo, que se eduque á los niños sin haber saludado siquiera un tratado de Pedagogía. Es una inconsecuencia que no se ex- plica.

El amor maternal ó paternal no basta para su- plir los mil cetalles que la ciencia de la educa- ción requiere, ni menos aún los principios que deben presidir á la formación moral é intelectual del ser humano desde su tierna edad hasta la adolescencia. No puede negarse que el afecto de los padres no puede ser sustituido por el saber, por profundo y completo que sea, de un maestro; pero no lo es menos que ese afecto debe ir acom- pañado de las nociones técnicas de la ciencia de la educación.

Si se duda de ello, basta considerar el sinnú- mero de niños mal educados por padres y ma- dres que, sin embargo, los quieren apasionada- mente. ¿Á qué se debe esto? Casi siempre, á que á esos desgraciados padres no se les ha enseñado lo más rudimentario de su oficio.

El mal existe en todas las clases de la socie- dad; pero se deja sentir más entre el pueblo. Hay, pues, algo que hacer en este sentido: hay algún servicio que prestar á estas pobres gentes, á la vez que á todo el cuerpo social. ¿No podría organizarse esta enseñanza que tanta falta hace en todas partes?