Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/80

Esta página no ha sido corregida
76
Miguel de Unamuno

que se la habrás colocado también a ella, a tu esposa, alguna vez. Si quieres, pues, matarte, mátate; pero no nos vengas a culparnos de ello. Pero yo creo que debes vivir, porque le haces todavía mucha falta a tu Berta en el mundo.

Y como Juan forcejease entonces por desprenderse de los brazos recios de Raquel, ésta le dijo abrazándole:

RAQUEL.—Sí, ya lo he visto... ¡que nos vea!

Entró Berta.

RAQUEL—Te he visto, Berta—y recalcó el te—; te he visto que venias.

Y poniendo su mano, como un yugo, sobre el cuello de Juan, de quien se apartó un poco entonces, prosiguió:

RAQUEL. Pero te equivocas. Estaba ganándote a tu marido, ganándolo para ti. Estaba diciéndole que se te entregue y que se te entregue sin reservas. Te lo cedo.

Pues que a mí me ha hecho ya madre, que te haga madre a ti. Y que puedas llamarle boca llena: ¡hijol Si es que con esto de llamarle hijo no le estamos matando, como él dice. Ya sabrás la historia de las dos madres que se presentaron a Salomón reclamando un mismo niño. Aquí está el niño, el... jdon Juan de antaño! No quiero que lo partamos en dos, que sería mitarle como él dice. Tómalo todo entero.

BERTA. Es decir, que tú...