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Dos madres

Los ojos de Berta se llenaron de lágrimas.

RAQUEL. Sí, lo comprendo, es muy natural. Sé lo que es una madre; pero la prudencia ante todo... Hay que guardarse para otras ocasiones...

BERTA. Pero Raquel, aunque muriese...

RAQUEL.—¿Quién? ¿La niña? ¿Mi Quelina? No, no...

Y fué y tomó a la criatura y empezó a fajarla, y luego la besaba con un frenesí tal, que la pobre nueva madre sentia derretirsele el corazón en el pecho. Y no pudiendo resistir la pesadilla, gimió:

BERTA.—Basta, basta, Raquel, basta. No vaya a molestarle. Lo que la pobrecita necesita es sueño..., dormir...

Y entonces Raquel se puso a mecer y a abrazar a la criaturita, cantándole extrañas canciones en una lengua desconocida de Berta y de los suyos, así como de Juan. ¿Qué le cantaba? Y se hizo un silencio espeso en torno de aquellas canciones de cuna que parecían venir de un mundo lejano, muy lejano, perdido en la bruma de los ensueños. Y Juan, oyéndolas, sentía sueño, pero sueño de morir, y un terror loco le llenaba el corazón vacío. ¿Qué era todo aquello? ¿Qué significaba todo aquello? ¿Qué significaba su vida?