IX
En la entrevista que Juan tuvo con sus suegros, los abuelos de la nueva mujercita que llegaba al mundole sorprendió el que al insinuar él, lleno de temores y con los ojos de la viuda taladrándole desde la espalda el corazón, que se la llamara Raquel a su hija, los señores Lapeira no opusieron objeción alguna. Parecían abrumados. ¿Qué había pasado allí?
DOÑA MARTA.—Sí, sí, le debemos tanto a esa señora, tanto..., y después de todo, para ti ha sido como una madre...
DON JUAN.—Sí, es verdad...
DOÑA MARTA.—Y aun creo más, y es que debe pedirsele que sea madrina de la niña.
DON PEDRO.—Tanto más cuanto que eso saldrá al paso a odiosas habladurías de las gentes...
DON JUAN.—No dirán más, bien...
DON PEDRO.—NO; hay que afrontar la murmuración pública. Y más cuando va extraviada. O es que en esto no puedes presentarte en la calle con la cabeza alta?
DON JUAN.—Sin duda!