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Miguel de Unamuno

BERTA. ¡No, como yo no! Ella no ha pasado por lo que estoy pasando... Y los hombres sois todos unos cochinos... Anda, vete, vete a verla... Vete a ver a tu viuda...

Y cuando Juan iba de su casa a casa de Raquel, y le contaba todo lo que la esposa le había dicho, la viuda casi enloquecía de placer. Y repetiase lo de los besos en los ojos. Y le retenía consigo. Alguna vez le retuvo toda la noche, y al amanecer, abriéndole la puerta para que se deslizase afuera, le decía tras del último beso: «Ahora que no te espera, vete, vete y consuélala con buenas palabras... Y dile que no la olvido y que espero...»