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Miguel de Unamuno

ahora ya sabes vuestra obligación. A tener juicio, pues.

Y ven lo menos que puedas por esta nuestra casa.

DON JUAN.—Pero, Raquel...

RAQUEL. No hay Raquel que valga. Ahora te debes a tu esposa. ¡Atiéndela!

DON JUAN.—Pero si es ella la que me aconseja que venga de vez en cuando a verte...

RAQUEL. Lo sabía. ¡Mentecata! Y hasta se pone a imitarme, ¿no es eso?

DON JUAN.—Sí, te imita en cuanto puede; en el vestir, en el peinado, en los ademanes, en el aire...

RAQUEL.—Sí, cuando vinisteis a verme la primera vez, en aquella visita de ceremonia casi, observé que me estudiaba...

DON JUAN.—Y dice que debemos intimar más, ya que vivimos tan cerca, tan cerquita, casi al lado...

RAQUEL.—Es su táctica para sustituirme. Quiere que nos veas a menudo juntas, que compares...

DON JUAN.—Yo creo otra cosa...

RAQUEL. —¿Qué?

DON JUAN. Que está prendada de ti, que la subyugas...

Raquel dobló al suelo la cara, que se le puso de repente intensamente palida, y se llevó las manos al pecho, atravesado por una estocada de ahogo. Y dijo:

RAQUEL.—Lo que hace falta es que todo ello fructifique...