Página:Tres novelas ejemplares y un prólogo (1920).pdf/55

Esta página no ha sido corregida
51
Dos madres

DON JUAN.

Nuestra?

RAQUEL. Sí, será para el hijo que tengamos, si es que tu esposa nos lo da... Y si no...

DON JUAN.—Me estás matando, Quelina...

RAQUEL—Cállate, michino. Ya le tengo echada la garra a esa fortuna. Voy a comprar créditos e hipotecas...

¡Oh, sí, después de todo, esa Raquel es una buena persona, toda una señora, y ha salvado al que ha de ser el marido de nuestra hija y el salvador de nuestra situación y el amparo de nuestra vejez! ¡Y lo será, vaya si lo será! ¿Por qué no?

DON JUAN.—¡Raque!! ¡Raquel!

RAQUEL. No gimas así, Juan, que pareces un cordero al que están degollando...

DON JUAN.—Y así es...

RAQUEL. ¡No, no es así! ¡Yo voy a hacerte hombre; yo voy a hacerte padre!

DON JUAN.—Tú?

RAQUEL.—¡Sí, yo, Juan; yo, Raquel!

Juan se sintió como en agonía.

DON JUAN.—Pero dime, Quelina, dime—y al decirlo le lloraba la voz—, ¿por qué te enamoraste de mí? ¿Por qué me arrebataste? ¿Por qué me has sorbido el tuétano de la voluntad? ¿Por qué me has dejado como un pelele? ¿Por qué no me dejaste en la vida que llevaba...?

RAQUEL. ¡A estas horas estarias, después de arruinado, muerto de miseria y de podredumbre!