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Miguel de Unamuno

DON JUAN.—No la tuve; apenas si conocí a mi madre...

No puedo decir que he conocido mujer...

BERTA. Que no, ¿eh? Vamos...

DON JUAN.—¡Mujeres... sil ¡Pero mujer, lo que se dice mujer, no!

BERTA.—¿Y la viuda esa, Raquel?

Berta se sorprendió de que le hubiese salido esto sin violencia alguna, sin que le tambaleara la voz, y de que Juan se lo oyera con absoluta tranquilidad.

DON JUAN.—Esa mujer, Berta, me ha salvado; me ha salvado de las mujeres.

BERTA. Te creo. Pero ahora...

DON JUAN.—Ahora si, ahora necesito salvarme de ella.

Y al decir esto sintió Juan que la mirada de los tenebrosos ojos viudos le empujaba con más violencia.

BERTA. Y puedo yo servirte de algo en eso...

DON JUAN.—Oh, Berta, Berta...

BERTA. Vamos, sí, tú, por lo visto, quieres que sea yo quien me declare...

DON JUAN. Pero Berta...

BERTA.—¿Cuándo te vas a sentir hombre, Juan?

¿Cuándo has de tener voluntad propia?

DON JUAN. — Pues bien, sí, ¿quieres salvarmer BERTA.—¿Cómo?

DON JUAN.¡Casándote conmigo!

BERTA.— Acabáramos! ¿Quieres, pucs, casarte conmigo?