amorada de ti...! Y Berta, que tiene un heroico corazón de virgen enamorada, aceptará el papel de redimirte, de redimirte de mí, que soy, según ella, tu condenación y tu infierno. ¡Lo sé! ¡Lo sé! Sé cuánto te compadece Berta... Sé el horror que le inspiro... Sé lo que dice de mí...
DON JUAN. Pero y sus padres...
RAQUEL. —Oh, sus padres, sus cristianísimos padres, son unos padres muy razonables... Y conocen la importancia de tu fortuna...
DON JUAN.—Nuestra fortuna...
RAQUEL.—Ellos, como todos los demás, creen que es tuya... ¿Y no es acaso legalmente tuya?
DON JUAN. Si; pero...
RAQUEL. —Sí, hasta eso lo tenemos que arreglar bien.
Ellos no saben cómo tú eres mío, michino, y cómo es mío, mío sólo, todo lo tuyo. Y no saben cómo será mío el hijo que tengas de su hija... Porque lo tendrás, ¿eh, michino? ¿Lo tendrás?
Y aquí las palabras le cosquilleaban en el fondo del oído al pobre don Juan, produciéndole casi vértigo.
RAQUEL. Lo tendrás, Juan, lo tendrás?
DON JUAN.—Me vas a matar, Raquel...
RAQUEL.—Quién sabe... Pero antes dame el hijo....
¿Lo oyes? Ahí está la angelical Berta Lapeira. ¡Angelicall Ja... ja... ja...` DON JUAN,—Y tú, demoníacal—gritó el hombre poniéndose en pie y costándole tenerse así.