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Miguel de Unamuno

MIQUEL DE UNAMUNO honduras que el primero que nos le descubrió, que fué Cervantes, no las descubrió. Porque estoy seguro, entre otras cosas, de que Cervantes no apreció todo lo que en el sueño de la vida del Caballero significó aquel amor vergonzoso y callado que sintió por Aldonza Lorenzo. Ni Cervantes caló todo el quijotismo de Sancho Panza.

Resumiendo: todo hombre humano lleva dentro de sí las siete virtudes capitales y sus siete vicios opuestos, y con ellos es capaz de crear agonistas de todas clases.

Los pobres sujetos que termen la tragedia, esas sombras de hombres que leen para no enterarse o para matar el tiempo—tendrán que matar la eternidad—, al encontrarse en una tragedia o en una comedia o en una novela, o en una nivola si queréis, con un hombre, con nada menos que todo un hombre, o con una mujer, con nada menos que una mujer, se preguntan:

«Pero de dónde habrá sacado este autor estor» A lo que no cabe sino una respuesta, y es: «¡De ti, no!» Y como no lo ha sacado uno de él, del hombre cotidiano y crepuscular, es inútil presentárselo, porque no lo reconoce por hombre. Y es capaz de llamarle simbolo o alegoría.

Y ese sujeto cotidiano y aparencial, ese que huye de la tragedia, no es mi sueño de una sombra, que es como Pindaro llamó al hombre. A lo sumo será som-