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Miguel de Unamuno

ba escribiendo, es decir, creando, de Ema Bovary, en aquella novela que pasa por ejemplar de novelas, y de novelas realistas, cuando'mi Augusto Pérez gemía delante de mi—dentro de mí más bien—: «Es que yo quiero vivir, don Miguel, quiero vivir, quiero vivir...»Niebla, página 287—sentía yo morirme.

«¡Es que Augusto Pérez eres tú mismo...!»—se me dirá—. ¡Pero no! Una cosa es que todos mis personajes novelescos, que todos los agonistas que he creado, los haya sacado de mi alma, de mi realidad íntimaque es todo un pueblo—y otra cosa es que sean yo mismo. Porque, ¿quién soy yo mismo? ¿Quién es el que se firma Miguel de Unamuno? Pues... uno de mis personajes, una de mis criaturas, uno de mis agonistas.

Y ese yo último e íntimo y supremo, ese yo trascendente—o inmanente—quién es? Dios lo sabe... Acaso Dios mismo...

Y ahora os digo que esos personajes crepusculares—no de medio dia ni de media noche—que ni quieren ser ni quieren no ser, sino que se dejan llevar y traer, que todos esos personajes de que están llenas nuestras novelas contemporáneas españolas no son, con todos los pelos y señales que les distinguen con sus muletillas y sus tics y sus gestos, no son en su mayoria personas, y que no tienen realidad intima. No hay un momento en que se vacien, en que desnuden su alma.