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Herodías



La ciudad de Macharus se alzaba al oriente del Mar Muerto, sobre un pico de basalto en forma de cono. Cuatro valles profundos la rodeaban: dos hacia los costados, uno enfrente, el cuarto a la espalda. Las casas amontonábanse contra su base, dentro del círculo de un muro que ondulaba siguiendo las desigualdades del terreno; y por un camino en ziszás, tallado en la roca, uníase la ciudad a la fortaleza, cuyas murallas altas, de ciento veinte codos, ofrecían numerosos ángulos, almenas en los bordes, y aquí y allá torres que eran como florones de esta corona de piedra, suspendida sobre el abismo.

Dentro estaba el palacio, ornado de pórticos y cubierto por una terraza con su balaustrada de madera de sicomoro, donde se erguían los mástiles dispuestos para tender un velarium.

Una mañana, al rayar el día, vino el Tetrarca Herodes—Antipas a reclinarse y a mirar desde allí.

Las montañas, dominadas desde aquella altura, empezaban a descubrir sus crestas, mientras que su masa hasta el fondo de los abismos estaba todavía envuelta en sombra. Flotaba una niebla, que se desgarró, y aparecieron los contornos del

Tres cuentos
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