Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/97

Esta página no ha sido corregida
95
 

sobre sus talones, temblaba con todo su cuerpo; sus ojos no brillaban ya, sus úlceras manaban, y con una voz casi extinta, murmuró:

—¡Tu lecho!

Julián le ayudó suavemente hasta la cama, y aún extendió sobre él, para cubrirle, la tela de su barca.

Gemía el leproso. Las comisuras de su boca descubrían los dientes; un estertor acelerado le sacudía el pecho, y a cada aspiración, el vientre se le kundía hasta las vértebras.

Luego cerró los párpados.

—¡Tengo como hielo en los huesos! ¡Ven junto a mí!

Y Julián, separando la tela, se acostó sobre las hojas secas, cerca de él, a su lado.

El leproso volvió la cabeza.

—Desnúdate, para que yo tenga el calor de tu cuerpo!

Julián se quitó sus ropas; luego, desnudo como el día en que nació, volvió a echarse en su camay sintió en los muslos la piel del leproso, más fría que una serpiente y áspera como una lima.

Trató de darle ánimos, y el otro respondía, jadeando:

¡Ay! ¡Voy a morir!... ¡Acércate! ¡Caliéntame! No con las manos, no! ¡Toda tu persona!

Julián se tendió completamente encima, boca contra boca, pecho contra pecho.

Entonces el leproso le estrechó; de pronto, sus ojos fueron claros como estrellas, alargáronse sus iece w De or