Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/80

Esta página no ha sido corregida
78
 

das; luego, posando sobre sus hombros las dos manos juntas, le decía con voz tímida: "¿Qué tenéis, mi señor amado?"

El no respondía o prorrumpía en sollozos, y por fin un día confesó su horrible secreto. Combatió ella su idea, razonando muy bien. Su padre y su madre habían muerto ya, y si alguna vez volvía a verlos, ¿con qué azar, con qué fin podía llegar a aquella abominación? Su temor era, por consiguiente, infundado, y debía volver a cazar.

Sonreía Julián al escucharla; pero no se determinaba a satisfacer su deseo.

Una noche del mes de agosto estaban en su cuarto; ella acababa de acostarse, y él se arrodillaba para rezar sus oraciones, cuando oyeron el ladrido de un zorro y luego pasos ligeros sobre la ventana. Julián entrevió en la sombra como apariencias de animales. La tentación era demasiado fuerte. Descolgó su carcax. Ella pareció sorprendida.

—¡Es por obedecerte!—dijo Julián—. Al salir el sol ya estaré aquí.

Temía ella, sin embargo, cualquier aventura funesta.

La tranquilizó, y salió asombrado de la desigualdad de su humor.

Poco después vino un paje a anunciarla que dos desconocidos deseaban ver en seguida a la señora, a falta del señor.

Y pronto entraron en la cámara un viejo y una