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II

Pasaba una partida de aventureros y se alistó en ella.

Conoció el hambre, la sed, las fiebres y la miseria. Se acostumbró a las luchas y al aspecto de los moribundos. El viento curtió su piel. Endureeiéronse sus miembros con el contacto de sus armaduras, y como era fuerte, valiente, sobrio y discreto, consiguió sin trabajo el mando de una compañía.

Al empezar las batallas arrastraba a sus sotdados, levantando su espada con un gesto magnífico. Trepaba a lo alto de las ciudades con una cuerda de nudos, en plena noche, balanceado por el huracán, mientras las llamas del fuego griego se pegaban a su coraza, y la resina ardiente y el plomo fundido manaban de las almenas. Con frecuencia, el choque de una piedra destrozó su escudo. Se hundieron sobre él puentes harto cargados de hombres. Blandiendo su maza de armas, se libró de catorce caballeros. Desafió, en campo cerrado, a cuantos se lo propusieron. Más de veinte veces le creyeron muerto.

Gracias al favor divino, libró siempre bien; porque protegía a los eclesiásticos, a los huérfanos, a las viudas y principalmente a los ancianos. Cuando veía un mercader delante de él, gritaba para conocer su rostro como si tuviera miedo de matarle por equivocación.

Esclavos fugitivos, villanos sublevados, bastar-