Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/74

Esta página no ha sido corregida
72
 

Estaba en lo alto de un pilar, en su panoplia, y para alcanzarla hacía falta una escala. Julián subió. La espada se le escapó de los dedos, porque pesaba mucho, y al caer rozó tan de cerca al bondadoso señor, que le cortó la hopalanda. Julián creyó que había matado a su padre, y se desmayó.

Desde entonces aborreció las armas. El aspecto de un acero desnudo le hacía palidecer. Esta debilidad era una desolación para su familia.

Por fin, el anciano monje, en nombre de Dios y del honor de sus antepasados, le mandó que reanudara sus deportes de caballero.

Los palafreneros divertíanse todos los días en el manejo de la jabalina. Pronto sobresalió Julián, que enviaba la suya al gollete de las botellas, rompía los dientes de las veletas y acertaba a cien pasos los clavos de las puertas.

Una noche de estío, a esa hora en que la bruma borra los contornos de las cosas, estando bajo el emparrado del jardín, divisó a lo lejos dos alas blancas que revoloteaban en lo alto del muro. Sin dudar de que aquello era una cigüeña, lanzó su azagaya.

Sono un grito desgarrador.

Era su madre, cuyo bonete de largos flecos quedó clavado contra la pared.

Julián huyó del castillo y no volvió nunca.

Dializa by Digitized 1