Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/73

Esta página no ha sido corregida
71
 

fatiga súbita, vió que le invadía un tedio, una tristeza inmensa. Durante largo tiempo lloró con la frente entre las dos manos.

Su caballo no parecía; sus perros le habían abandonado; la soledad circundante le amenazaba con peligros misteriosos. Entonces, arrastrado por su pavor, emprendió una carrera loca en medio de los campos, tomó al azar un sendero y salió casi inmediatamente a la puerta del castillo..

Aquella noche no durmió. A la luz oscilante de su lámpara no dejaba de ver al gigantesco ciervo negro. Su profecía le obsesionaba, y luchaba contra ella. "¡No!, ¡no!, ¡no! ¡Yo no puedo matarlos!"; luego soñaba: "¿Y si yo lo quisiera, y si yo lo quisiera, sin embargo?..." Y tenía miedo de que el diablo le inspirase la mala idea.

Durante tres meses, su madre, angustiada, lloró a la cabecera de su lecho, y el padre, sollozando, andaba siempre por los corredores. Mandó venir a los más famosos maestros cirujanos, los cuales recetaron gran cantidad de drogas. Decían ellos que el mal de Julián tenía por causa un viento funesto o un deseo de amor. Pero el joven movía la cabeza a todas las preguntas.

Volvieron las fuerzas, y le paseaban por la plaza el anciano monje y el bondadoso señor, sosteniéndoie de un brazo cada uno.

Cuando estuvo restablecido por completo, se obstinó en no volver a cazar.

Queriendo darle una alegría, su padre le regałó una magnífica espada sarracena.