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vestido de su hermosa casulla. Una ola de gente agolpábase detrás de ellos, entre las blancas colgaduras que alegraban las calles; y así llegaron a la parte más baja de la cuesta.

Un sudor frío humedecía las sienes de Felicidad. Simona la enjugaba con un lienzo, diciéndose que algún día ella había de pasar también por aquel trance.

El murmullo de la multitud aumentaba; fué un momento muy fuerte; se alejaba.

Una descarga hizo estremecer los cristales. Eran los postillones que saludaban al altar. Giró sus pupilas Felicidad, y preguntó lo menos bajo que pudo:

— Está bien ?—preocupada siempre con el papagayo.

Ira la agonía. Un estertor cada vez más precipitado la levantaba las costillas. Borbotones de espuma venían a las comisuras de la boca, y temblaba todo su cuerpo.

Pronto se distinguió el resoplar de los trombones, las claras voces infantiles, la voz profunda de los hombres. Todo callaba por intervalos, y el latir de los pasos, que las flores amortiguaban, parecía el ruido de un rebaño sobre la hierba.

Por fin apareció el clero en el patio. La Simona trepó a una silla para llegar a la claraboya, y de esta manera dominaba el reclinatorio.

Verdes guirnaldas pendían del altar, ornado de un falbalá de punto de Inglaterra. Había en medio un cuadrito que contenía reliquias, dos naDesized by