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Las opresiones y la fiebre aumentaban, y Felicidad se desconsolaba viendo que ella no hacía nada por el altar. ¡Si al menos pudiera llevar alguna cosa! Entonces pensó en el papagayo. Esto no les pareció a los vecinos procedente; pero. el cura concedió su permiso, y ella se puso tan contenta que le rogó aceptase la herencia de Lulú, es decir, todos sus bienes cuando muriera, Del martes al sábado, víspera del Corpus, tosió con más frecuencia. Por la noche su rostro estaba agarrotado, sus labios se pegaban a las encías, aparecieron los vómitos, y, al día siguiente; al amanecer, sintiéndose muy deprimida, mandó llamar a un sacerdote.

Tres buenas mujeres la rodeaban mientras la Extremaunción. Luego declaró que tenía necesidad de hablar a Talu.

Llegó vestido con el traje de los domingos, molesto de encontrarse en aquella atmósfera lúgubre.

—Perdóneme—dijo ella, esforzándose por tenderle la mano. Yo he creído que era usted el que le había matado.

¿Qué significaban semejantes chismes? ¡Sospechar que había cometido un crimen! ¡Un hombre como él!, y se indignaba y hubiera armado un alboroto. "Pero bien lo veis. ¡No sabe ya lo que dice." De vez en cuando, Felicidad hablaba con las sombras. Alejáronse las buenas mujeres, y almorzó Simona.

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