Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/44

Esta página no ha sido corregida
42
 

ción, colocó el loro en la cocina. Le quitó luego la cadenita, y andaba por toda la casa.

Cuando bajaba la escalera, apoyaba sobre los peldaños la curva de su pico, levantaba la pata derecha, después la izquierda, y Felicidad tenía miedo de que aquella gimnasia llegara a causarle mareos. Se puso enfermo; ya no podía hablar ni comer. Tenía debajo de la lengua un bulto, como les pasa a las gallinas. Ella le curó arrancándole esa película con las uñas. Pablo cometió un día la imprudencia de echarle a las narices el humo de su cigarro. Otra vez que la señora Lormeau le hostigó con la punta de su sombrilla, le atacó la viruela. Por último se perdió.

Para refrescarle le había puesto sobre la hierba. Se ausentó un momento, y cuando volvió, allí había estado el papagayo! Primero la buscó entre las zarzas, a orilla del agua y por los tejados, sin escuchar a su ama que le gritaba:

"Pero tenga cuidado! ¡Está usted loca!" En seguida inspeccionó todos los jardines de Pont—l'Evéque, y detenía a los transeuntes. "Usted no habrá visto alguna vez por casualidad a mi papagayo?" A los que no conocían el papagayo se lo describfa. De pronto, la pareció ver detrás de los molinos, por la cuesta abajo, una cosa verde que revoloteaba. Pero al volver cuesta arriba, ¡nada! Un buhonero la aseguró que acababa de verle en San Melanio, en la tienda de la tía Simón. Corrió allá. Nadie sabía de lo que hablaba.

Por último regresó rendida, con los zapatos roDigitzed by