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bain que, habiendo ascendido su esposo a una prefectura, salían aquella misma tarde, y la rogaba que aceptase el pájaro como un recuerdo y en testimonio de sus respetos.

Largo tiempo hacía que ocupaba la imaginación de Felicidad, porque venía de América, y esta palabra le recordaba a Victor, tanto que, para enterarse bien, le preguntaba al negro. Una vez llegó a decir: "Es la señora la que se alegraría mucho de tenerlo." El negro había referido la conversación a su ama, quien, no pudiendo llevárselo, se libraba de él de esta manera.

IV

Se llamaba Lulú. Su cuerpo era verde; el cabo de sus alas, rosa; la frente, azul, y el buche, dorado.

Pero tenía la pesada manía de morder su soporte, de arrancarse las plumas, desparramar sus inmundicias, verter el agua de la pila. A la señora Aubain le molestaba, y se lo dió para siempre a Felicidad.

Emprendió ésta la tarea de enseñarle. Pronto repitió: "Lorito real!", "Servidor de usted!", "Dios te salve, María!" Se le puso junto a la puerta, y muchos se asombraron de que no respondiera al nombre de Perico, ya que todos los papagayos se llaman Perico. Le comparaban a un pavo, a un tronco; y era como si la pinchasen a