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.5 velada notó que se le ponía la cara amarilla, azu leaban los labios, aguzábase la nariz y se la hundían los ojos. Los besó muchas veces, y si Virginia los hubiera vuelto a abrir no habría experimentado una sorpresa inmensa, porque para almas como la suya lo sobrenatural es muy sencillo. Ella la amortajó, envolviéndola en un lienzo, depositándola en su ataúd, poniéndola una corona y extendiéndola sus cabellos, que eran muy rubios y extraordinariamente largos para su edad. Cortó un mechón grande, y escondió la mitad en el pecho, resuelta a no abandonarlo nunca.

El cuerpo fué conducido a Pont—l'Evêque, según los deseos de la señora Aubain, que siguió el cortejo en un coche cerrado.

Después de la misa, faltaban todavía tres cuartos de hora para llegar al cementerio. Pablo marchaba delante, sollozando. Detrás el señor Bourais, luego los principales vecinos, cubiertas las mujeres con mantos negros, y entre ellas Felicidad. Pensaba en su sobrino, y como no había po dido rendirle los mismos honores, sentía las dos tristezas igual que si enterrase a un tiempe al uno y al otro.

La desesperación de la señora Aubain no tuvo límites.

Al principio se rebeló contra Dios, hallando injusto que se le llevara su hija, la pobre niña que nunca había hecho daño a nadie, y que tenía la conciencia tan pura! Pero no. Ella hubiera debido llevársela al Mediodía, o quizá otros médicos Dhe face of Cadogle