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Con el alba del día siguiente se presentó en casa del médico. Había regresado, pero estaba otra vez en el campo. Suponiendo que alguien podría traerla una carta, permaneció en la posada, hasta que al apuntar el día tomó la diligencia de Lisieux.

Estaba el convento al final de una callejuela empinada. Por el camino oyó la campana doblando a muerto. "Será por otro"—pensó—, y Felicidad tiró con violencia del aldabón.

Al cabo de algunos minutos llega arrastrando los pies, gira la puerta y aparece una monja.

La hermanita, con aire compungido, dice:

"Acaba de expirar!"; y al mismo tiempo dobla la campana de San Leonardo.

Felicidad subió al segundo piso.

Desde el umbral del cuarto divisó a Virginia, tendida de espaldas, las manos juntas, entreabierta la boca y echada hacia atrás la cabeza, al pie de una cruz negra que se inclinaba sobre ella y entre los paffos inmóviles, no tan lívidos como su rostro. La señora Aubain, tendidos los brazos sobre el lecho, lanzaba sollozos de agonía. La superiora estaba en pie, a la derecha. Tres candeleros lucían encima de la cómoda, como tres manchas rojas, y la niebla blanqueaba las ventanas.

Las monjas se llevaron a la señora Aubain.

Dos noches seguidas estuvo Felicidad sin separarse de la muerta. Repetía las mismas oraciones, echaba agua bendita sobre la mortaja, volvía a sentarse y la contemplaba. Al terminar la primera Defined by