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Imaginaba ella, viendo los cigarros, que la Habana debía de ser un país donde no se hace otra cosa más que fumar, y que Víctor pasearía entre los negros envuelto en una nube de tabaco. Podría, "en caso de necesidad", volverse por tierra ?

A qué distancia estaba eso de Pont—l'Evêque ?

Para saberlo interrogó al señor Bourais.

Alcanzó éste su Atlas, y empezó a darla explicaciones sobre latitudes y longitudes, gozando con una sonrisita pedantesca la estupefacción de Felicidad. Al fin, señaló con el portalápiz un punto negro, imperceptible entre los trazos que encerraban una mancha ovalada, y dijo: "Aquí." Se inclinó sobre el mapa; aquella red de líneas.de colores fatigaba sus ojos, sin enseñiarla nada, y como Bourais la animase a decir qué dificultad encontraba, ella rogó que le enseñase la casa en que vivía Víctor. Bourais levantó los brazos, estornudó, río enormemente; tanto candor excitaba su regocijo, y Felicidad no comprendía el motivo, esperando, sin duda, ver allí el retrato de su sobrino; ¡tan limitada era su inteligencia!

Fué quince días después cuando Liebard entró en la cocina, a la hora del mercado, como de costumbre, y la entregó una carta que enviaba su cuñado. Como ninguno de los dos sabía leer, tuvo que recurrir a su ama.

La señora Aubain, que contaba las mallas de su labor, la dejó a un lado, abrió la carta, se estremeció y en voz baja, con una mirada profunda:

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