Página:Tres cuentos - G. Flaubert (1919).pdf/17

Esta página no ha sido corregida
15
 

na a la granja de Sefloses. El cercado está en pendiente, la casa en medio y el mar aparece a lo lejos como una mancha gris.

Felicidad sacaba de la cesta lonchas de fiambres, y desayunaban en una habitación continua a la lechería. Era este cuarto el último resto de lo que fué casá de recreo. El papel del muro, hecho jirones, temblaba con las corrientes de aire.

La señora Aubain inclinaba la frente al peso de los recuerdos; los niños no se atrevían a hablar.

"Pero ¿por qué no jugáis?"—les decía. Y los niños desfilaban.

Pablo subía al granero, cazaba pájaros, tiraba cantos para que resbalasen en la superficie de la charca o golpeaba con un palo las enormes pipas, que sonaban como tambores.

Virginia echaba de comer a los conejos, se precipitaba por coger florecillas, y la rapidez de sus piernas descubría los pantaloncitos bordados.

Una tarde de otoño volvían por los prados.

La luna, en su primer cuadrante, alumbraba parte del cielo, y una neblina flotaba a manera de banda sobre las sinuosidades del Toucques. Tendidos en medio de la hierba, los bueyes veían tranquilamente pasar aquellas cuatro personas. En el tercer prado algunos se levantaron, y luego se pusieron en círculo delante de ellas. "No tengan miedo", dijo Felicidad. Y murmurando una especie de queja, acarició en el espinazo al que estaba más cerca, con lo cual volvió grupas y los otros le imitaron. Pero cuando ya habían atraDe co