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Sonó en la tribuna un chasquido de dedos. Subió allí, reapareció, y cerrando un poco pronunció estas palabras, con expresión infantil:

—Quiero que me des en un plato la cabeza...

Había olvidado el nombre, pero repuso, sonriendo: "¡La cabeza de Iaokanann!" El Tetrarca se hundió sobre sf mismo, aplastado.

Estaba obligado por su palabra, y el pueblo esperaba. Pero al aplicarse a otro la muerte que habíanle predicho, quedaba ya conjurada la suya? Si Iaokanann era realmente Elías, podría sustraerse. Si no lo era, matarle no tenía importancia.

Mannaei estaba a su lado, y comprendió su intención.

Vitelio le llamó para confiarle la consigna de los centinelas que guardaban la fosa.

Aquello fué como si se quitara un peso de encima. ¡Dentro de un minuto, todo habría acabado!

Sin embargo, Mannaei no entró en faena tan pronto.

Volvió, pero descompuesto.

Cuarenta años llevaba ya en el ejercicio de sus funciones de verdugo. El fué quien ahogó a Aristóbulo, estranguló a Alejandro, quemó vivo a Matatías, «lecapitó a Zosimo, Pappus, Antipater y Josefo... ¡y no se atrevía a matar a laokanann!

Los dientes le castañeteaban, y temblaba todo su cuerpo.