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mo de la flauta y de un par de crótalos. Sus brazos torneados llamaban a alguien que huía siempre. Ella le perseguía, más ligera que una mariposa, como Psiquis comprometida, como alma vagabunda, y parecia presta a emprender el vuelo.

Los sones fúnebres de las gringas reemplazaron a los crótalos. A la esperanza seguía el aplanamiento. Sus actitudes expresaban suspiros, y corría por toda su persona tan deliciosa languidez, que no se sabía si lloraba a un dios o si moría de sus caricias. Con los párpados entreabiertos, retorcía la cintura, balanceaba su vientre con ondulaciones de ola, hacía retemblar sus dos senos, y el rostro permanecía inmóvil y los pies no se detenfan.

Vitelio la comparó a Mnester, el pantomimo.

Aulus vomitaba todavía. El Tetrarca se perdía en un ensueño, y ya no pensaba en Herodías. Le pareció verla cerca de los saduceos. La visión se alejó.

No era, sin embargo, una visión. Herodías había hecho educar lejos de Machærus a Salomé, su hija, para que el Tetrarca la amara; y la idea era buena. Ahora estaba segura de ello.

Fueron luego los transportes de amor que quiere ser saciado. Danzó como las sacerdotisas de la India, como las nubias de las cataratas, como las bacantes de Lidia. Se revolvía por todos lados, semejante a una flor agitada por la tempestad. Saltaban los brillantes de sus orejas. El tornasol de su espalda daba bruscos cambiantes; Dig fizac by