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Tú abandonas la religión.

—Impío, como todos los Herodes.

—Menos que vosotros—replicó Antipas. Mi padre fué quien edificó vuestro templo.

Entonces los fariseos, los hijos de los proscritos, los partidarios de los Matatías, acusaron al Tetrarca de los crímenes de su familia.

Tenían el cráneo puntiagudo, barba erizada, manos débiles y viciosas, la cara chata, gruesos ojos redondos y aire de perros de presa. Una docena, escribas y criados de los sacerdotes, nutridos por las sobras de los holocaustos, se lanzaron hasta el pie del estrado y amenazaron con los cuchillos a Antipas que los arengaba, mientras que los saduceos le defendían muy tibiamente. Divisó a Mannaei, y le hizo señas de que se fuera, habiendo indicado Vitelio por su continente que aquellas cosas no le importaban a él.

Los fariseos, sin moverse de sus triclinios, entraron de pronto en furor demoníaco, y rompieron los platos que tenían delante. Les habían servido al guiso preferido de Mecenas, el del asno salvaje, una carne inmunda.

Aulio les satirizó a propósito de la cabeza de asno, a la que, según dicen, tributan honores, y lanzó otros sarcasmos sobre su antipatía por el cerdo. Sin duda era porque este gordo animal había matado a su Baco; y ellos amaban demasiado el vino, ya que en su templo se descubrió una viña de oro.

Los sacerdotes no comprendían aquellas palaDe izce w