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tencia de un Hijo de David le ultrajaba como una amenaza.

Iaokanann le increpó por su reinado.—"¡No hay más rey que el Eterno!"—y por sus jardines, sus estatuas, sus muebles de marfil, como el impío Acab.

Antipas rompió la cadenilla del sello que llevaba colgado al pecho, y lo tiró en la fosa, mandándole que se callara. La voz contestó:

"Yo gritaré como un oso, como un asno salvaje, como una mujer que pare.

"El castigo de tu incesto lo tienes ya. Dios te aflige con la esterilidad del mulo." La multitud estalló en risas, semejantes al chapoteo de las olas.

Vitelio se obstinó en permanecer. El intérprete repetía, con tono impasible, en la lengua de los romanos, todas las injurias que laokanann decía en la suya. El Tetrarea y Herodías se veían forzados a escucharlas dos veces. Jadeaba él, mientras ella contemplaba, embebida, el fondo del pozo.

Aquel hombre terrible volvió la cabeza, y, empuñando los barrotes, apretó contra ellos el rostro hirsuto, como un matorral, en el que brillaban dos ascuas.

"¡Ah! ¿Eres tú, Iezabel?

"Tú te apoderaste de su corazón con el crujido de tu calzado. Tú relinchabas como yegua. Tú has levantado tu lecho en los montes para cumplir tus sacrificios.

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