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Al pronto quedó aturdida, estupefacta por el, estruendo de los murguistas, tanta luz en los árboles, tal mezcolanza de vestidos, encajes, cruces de oro y tal confusión de gente saltando al mismo tiempo. Se mantenía apartada modestamente, cuando un muchacho de aspecto acomodado, que fumaba su pipa, de codos en la lanza de un carricoche, vino a invitarla a bailar. La convidó a sidra, a café, a bollos, la compró un pañuelo y, suponiendo que ella le había adivinado, se brindó a acompañarla. A orilla de un campo de arena la revolcó brutalmente. Ella tuvo miedo y empezó a gritar. El se alejó.

Ctra noche, en el camino de Beaumont, quiso adelantar a una gran carreta de heno que avanzaba lentamente, y al pasar rozando las ruedas reconoció a Teodoro..

La abordó el mozo con aire tranquilo, diciendo que debía perdonárselo todo, porque "la culpa era de la bebida".

Ella no supo qué responder, y tenía ganas de escaparse.

En seguida habló de las cosechas y de los personajes del pueblo, porque su padre se había trasladado desde Colleville a la granja de los Ecots, de manera que ahora iban a ser vecinos. "¡Ah!"dijo ella. Agregó él que pensaba casarle. Desde luego, él no tenía prisa y aguardaba a encontrar una mujer que le gustara. Ella bajó la cabeza.

Entonces la preguntó si pensaba en el matrimonío. Ella contestó, sonriendo, que hacía mal en D'g ize of