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frente por encima de las tiras de pergamino, donde llevaban trazados fragmentos de las escrituras.

Casi al mismo tiempo llegaron los soldados de la vanguardía. Habían metido sus escudos en sacos para preservarlos del polvo, y detrás de ellos iba Marcelo, lugarteniente del procónsul, con dos publicanos que apretaban debajo del brazo sus tabletas de madera.

Antipas presentó a los principales de su corte:

Tolmai, Kanthera, Sehón, Ammonio de Alejandría, que le compraba el asfalto; Naaman, capitán de sus tropas ligeras; Iacim, el babilonio.

Vitelio había reparado en Mannaei.

—¿Y ese quién es?

El Tetrarca le hizo comprender con un gesto que era el verdugo.

Luego presentó a los saduceos.

Yonathas, un hombrecito ágil de movimientos y que hablaba griego, rogó al señor que les honrara con una visita a Jerusalén. Probablemente, iría.

Eleazar, con su larga barba y su nariz aguileña, reclamó para los fariseos el manto del gran sacerdote, detenido en la torre Antonia por la autoridad civil.

Luego, los galileos denunciaron a Poncio Pilatos. Con ocasión de cierto loco que buscaba los vasos de David en una caverna cerca de Samaria, había matado a muchos habitantes. Todos hablaban a un tiempo. Mannaei, más violento que los De lec or TR CUENTOS 8