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Iaokanann es de éstos. Si tú le oprimes, serás castigado.

¡Es el quien me persigue!—gritó Antipas—.

Ha deseado de mi una acción imposible, y a partir de entonces me despedaza. Y yo, al principio, no era duro con él. Ha llegado a mandar desde Machærus emisarios que subleven mis provincias.

¡Desgraciado de él! ¡Puesto que me ataca, yo me defiendo!

—Sus cóleras tienen demasiada violencia—replicó Phanuel; pero no importa. Es preciso libertarle.

—¡No se suelta a las bestias feroces!—dijo el Tetrarca.

El esenio respondió:

—No te inquietes ya. Llegará hasta los árabes, los galos y los escitas. Su obra debe extenderse hasta el fin de la tierra.

Antipas pareció perderse en una visión.

—Su poder es fuerte; a despecho mío, yo le amo.

—Entonces, quedará libre?

El Tetrarca movió la cabeza. Temía a Herodías, a Mannaei y al desconocido..

Phanuel trató de persuadirle, alegando, como garantía de sus proyectos, la sumisión de los esenios a los reyes. Aquellos hombres pobres, indomables por medio del suplicio, vestidos de lino y que leían el porvenir en las estrellas, eran muy respetados.

Antipas se acordó de una palabra que Phanuel acababa de pronunciar.

Dipity