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vez el mismo movimiento, su respiración se hacía más fuerte, y se encendían confusas llamas en sus ojos. Herodías lo observaba.

Preguntó Antipas:

—¿Quién es esa?

Ella respondió que no sabía, y se fué, calmada repentinamente.

Esperaban al Tetrarca bajo los pórticos los Galileos, el maestro de las escrituras, el jefe de los pastos, el administrador de las salinas y un judío de Babilonia, que mandaba a sus jinetes.

Todos le saludaron con una aclamación. Luego desapareció hacia las habitaciones interiores.

Surgió Phanuel en el ángulo de un corredor:

—¡Ah! ¡Otra vez! Vienes por laokanann, sin duda?

—Y por ti. Tengo que comunicarte una cosa importante.

Y, sin separarse de Antipas, penetró detrás de él en una habitación más oscura, Caía la luz por un enrejado que corría todo lo largo de la cornisa. Los muros estaban pintados de un color granate, casi negro. En el fondo se extendía un lecho de ébano con abrazaderas de piel de vaca. Encima, relucía como un sol un escudo de oro.

Antipas atravesó toda la sala, y se acostó en el lecho.

Phanuel estaba en pie. Alzó su brazo y dijo en actitud inspirada:

—El Altísimo envía, en ocasiones, un hijo suyo.