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ruinas, le producía impresión desciladora. El viento cálido traía en el olor azufre, como la exhalación de las ciudades malditas, enterradas bajo las olas de plomo. Estas señales de una cólera inmortal aterrorizaban su pensamiento y permanecía con ambos codos sobre la balaustrada, con ojos fijos y las mejillas en las manos. Alguien le había tocado. Se volvió. Herodías estaba delante de él.

Una ligera cimarra de púrpura la envolvía hasta las sandalias. Había salido precipitadamente de su cuarto, y no llevaba ni collares ni pendientes. Le caía sobre el brazo una trenza de sus cabellos negros, que, por el cabo, iba a hundirse entre los dos senos. Palpitaban las aletas de su nariz, el jubilo del triunfo iluminaba su rostro, y con voz fuerte, sacudiendo al Tetrarca, dijo:

—César nos ama. Agripa está ya preso.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Yo lo sé.

Y agregó:

—Es por haber ambicionado el imperio para Cayo.

Aun viviendo de sus limosnas, había usurpado el título de rey, que ellos, como él, ambicionaban. Pero en el porvenir no habría ya temor. "Los calabozos de Tiberio se abren difícilmente, y alguna vez no está allí segura la vida." Antipas la comprendió, y, aunque ella fuese hermana de Agripa, su atroz intención le pareció justificada. Esos asesinatos, consecuencia lógica Detized