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tes. Mannaei se había introducido allí con objeto de profanar el altar con huesos de muertos..

Sus compañeros, menos rápidos, habían sido decapitados.

Mannaei le divisaba en la separación de dos, colinas. El sol hacía resplandecer sus murallas de mármol blanco y las hojas de oro de su techumbre. Era como una montaña luminosa: algo sobrehumano que lo aplastaba todo por su opulencia y su soberbia.

Entonces extendió el brazo del lado de Sión, y con el cuerpo rígido, la cara vuelta hacia atrás y los puñios cerrados, le lanzó su anatema, seguro de que las palabras tienen un poder efectivo.

Antipas le escuchaba, sin parecer escandalizado.

El samaritano dijo después:

—Hay momentos en que está agitado; desea huir y espera su liberación. Otras veces tiene el aspecto tranquilo de un animal enfermo, o bien le ves caminar en las tinieblas, repitiendo: "¿ Qué me importa? Para que él crezca es preciso que yo disminuya!" Antipas y Mannaei se miraron. Pero el Tetrarca estaba cansado de pensar.

Todos aquellos montes que se alzaban a su alrededor como pisos de enormes olas petrificadas, las negras cimas al pie de los acantilados, la inmensidad del cielo azul, el esplendor violento del dfa, la profundidad de los abismos, le inquietaban; y el espectáculo del desierto, que finge, con un trastorno geológico, anfiteatros y palacios en De la