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no en Roma ? Filipo, su tercer hermano, que mandaba en Batania, preparaba sus ejércitos clandestinamente. Como los judíos rechazaban ya sus costumbres idólatras, muy distintos de los primeros tiempos de su dominación, vacilaba entre dos planes: amansar a los árabes o ajustar una alianza con los parthos; y so pretexto de festejar su cumpleaños, había convidado a un gran festín para aquel mismo día a los jefes de sus tropas, a los administradores de sus campos y a los principales de Galilea.

Registró con mirada perspicaz todos los caminos. Estaban desiertos. Volaban las águilas sobre su cabeza, los soldados dormían junto a las paredes, a lo largo de la muralla. Nadie se movía en el castillo.

De repente, una voz lejana, como escapada de las profundidades de la tierra, hizo palidecer al Tetrarca. Inclinóse para escucharla; pero ya se había extinguido. Volvió a empezar, y entonces, dando una palmada gritó:

—¡Mannaei!, ¡Mannaei!

Se presentó un hombre desnudo hasta la cintura, como los masajistas de los baños. Era muy alto, viejo, descarnado, y llevaba sobre los muslos un cuchillo en su vaina de bronce. La cabellera, levantada por medio de una peina, exageraba la anchura de su frente. Cierta somnolencia le apagaba los ojos, pero sus dientes relucfan, y los dedos de sus pies posábanse ligeramente sobre las losas, teniendo todo su cuerpo la agilidad The decay