Mar Muerto. El alba, levantándose detrás de Macherus, apuntaba un resplandor rojizo. Pronto iluminó la arena de la playa, las colinas, el desierto, y a lo lejos todos los montes de la Judea, que inclinaban sus grises y peladas laderas. Engaddi, en medio, trazaba una barra negra; Hebrón, allá en el fondo, rematando en cúpula; Esquél, con sus granados; Sorek, el de las viñas, carmen de campos de azucena, y la torre Antonia, desde su cubo monstruoso, dominando Jerusalén. El Tetrarca volvió los ojos para contemplar a la derecha las palmeras de Jericó, y pensó en las otras ciudades de su Galilea: Cafarnaum, Endor, Nazareth, Tiberiades, adonde acaso no volviera ya nunca. Corría, mientras tanto, el Jordán por la llanura árida, todo blanco y resplandeciente como una sábana de nieve. El lago, ahora, parecía de lápiz—lázuli, y en la punta meridional del lado del Yemen, Antipas distinguió lo que no hubiera querido ver. Tiendas sombrías, desparramadas, hombres con lanzas circulando entre los caballos y muchas hogueras mortecinas, pero brillando todavía como estrellas a ras del suelo.
Eran las tropas del rey de los árabes, cuya hija había repudiado él por tomar a Herodías, casada con uno de sus hermanos que vivía en Italia, libre de la ambición del poder.
Esperaba Antipas socorro de los romanos. Y como Vitelio, gobernador de la Siria, tardara en aparecer, se consumía de inquietud.
Sería que Agripa le hubiera minado el terreSighized by