rarse victorioso un hombre. Yo estoy cierto de obtener esa gloria, aun sin su ayuda.» Así se envanecía con palabras orgullosas. Después, á la divina Atena, que le excitaba y le mandaba descargar una mano terrible sobre los enemigos, respondió estas palabras soberbias é impías: «Reina, socorre á los demás argivos; allí donde yo esté, jamás el enemigo romperá nuestras líneas.» Por estas palabras y llevando su orgullo más allá del destino humano, ha excitado la cólera implacable de la Diosa. Sin embargo, si sobrevive á este día, quizá podremos salvarle, con ayuda de un dios. Así ha hablado el adivino, y Teucro me ha enviado al punto á traerte estas órdenes para que vigiles á Ayax; pero si las he traído en vano, el hombre no vive ya, ó Calcas no ha profetizado nada.
¡Oh desgraciada Tecmesa, oh raza lamentable, sal y oye qué palabras trae! El hiere en lo vivo y rechaza toda alegría.
¿Por qué me haces levantar, á mí, desdichada, que reposo apenas de mis males inagotables?
Oye de boca de este hombre qué triste nueva nos ha sido traída de Ayax.
¡Ay de mí! ¿qué anuncias, hombre? ¿Vamos á perecer?
No sé lo que será de ti, pero temo por Ayax, si ha salido.
Ciertamente, ha salido, por eso estoy ansiosa, preguntándome qué quieres decir.