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Sófocles

cuernos, hiriendo aquí y allá, creyendo matar por su mano á los Atreidas, y lanzándose tan pronto sobre uno, tan pronto sobre otro. Y yo excitaba al hombre acometido por la furiosa demencia y le hacía caer en asechanzas. Al fin, descansando de su faena, ha atado los bueyes sobrevivientes y los demás rebaños, y se los ha llevado todos á sus tiendas, cierto de poseer hombres y no bestias cornudas; y ahora los atormenta, atados en su tienda. Pero yo volveré su mal manifiesto, para que lo veas y lo relates á todos los argivos. Quédate aquí con confianza y no temas nada de ese hombre. Yo volveré sus ojos hacia otro lado, no sea que distinga tu rostro. ¡Hola! ¡Tú que oprimes con ligaduras manos cautivas! ¡Ayax, yo te llamo, ven aquí, sal!

¿Qué haces, Atena? No le llames afuera.

Cállate y no temas nada.

¡Por los Dioses! ¡Que siga más bien en su tienda!

¿Qué tienes, pues? ¿No ha sido éste siempre un hombre?

Es mi enemigo, y ahora más todavía.

¿No es muy agradable reirse de los enemigos?

Me basta con que permanezca en su tienda.

¿Temes ver á un hombre manifiestamente en demencia?