No me respondas nada más. Me marcho.
¡Oh hijo de Aquileo! ¿No oiré, pues, tu voz? ¿Te irás así en silencio?
¡Vete! No le mires, por más que seas generoso, no sea que malogres nuestra buena fortuna.
¿Y vosotros también, extranjeros, me dejaréis aquí solo?
¿No tendréis piedad de mí?
Este joven manda en nuestra nave: cualquiera cosa que te diga, te decimos.
Aunque deba ser acusado de tener demasiada piedad por éste, quedaos, sin embargo, si tal es su deseo, hasta que se haya vuelto á meter en la nave lo que se ha sacado de ella, y hayamos orado á los Dioses. Quizá, durante ese tiempo, cambie, favorablemente, de sentimiento hacia nosotros. En cuanto os llamemos, venid con prontitud.
¡Oh antro de la vacía roca, caliente y frío, no te abandonaré, pues, pobre de mí, y me verás morir! ¡Ay de mí! ¡Oh antro lamentable, tan lleno de mis gemidos! ¿dónde encontraré el alimento de cada día? ¿De dónde nacerá para mí, ¡oh desdichado! la esperanza de sustentarme? ¡Pudieran las aves que huyen con estridente vuelo elevarme á la altura del Eter, porque yo no pongo ningún obstáculo!