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Sófocles

SÓFOCLKS No me habla, y, como si jamás hubiese de devolverme mis armas, vuelve la cara. ¡Oh puertos! ¡Oh promontorios! ¡Oh cavernas de las salvajes bestias de las montañas! ¡Oh rocas escarpadas! ¡A vosotras, que sois mis compañeras habituales, me quejo de los males que me ha hecho el hijo de Aquileo, no teniendo ningún otro á quien pueda hablar!

¡Habiéndome jurado que me llevaría á mi patria, quiere conducirme á Troya; y mi arco, que había recibido de mí empeñándome su fe, lo retiene, por más que sea el arma sagrada de Heracles, hijo de Zeus! ¡Y quiere mostrarlo á los argivos! Como si se hubiera apoderado de un hombre robusto, me arrastra por la fuerza, y no sabe que mata á un muerto, que coge la sombra de un vapor, una imagen vana.

No se hubiera apoderado de mí en todo mi vigor, puesto que no ha podido cogerme sino por la astucia, aun estando enfermo. ¡Desdichado! El fraude es quien me ha vencido.

¿Qué haré? ¡Pero entrégamelo! Vuelve al cabo en ti. ¿Qué dices? ¿Te callas? ¡Muerto soy, desgraciado! ¡Oh roca, que te abres por dos lados, te sufriré de nuevo, desarmado, faltándome el sustento! Y me consumiré, solo, en ese antro, no pudiendo ya atravesar con mis flechas ni al pájaro que vuela, ni á la bestia salvaje que habita esta montaña; antes bien, yo mismo, infeliz, seré muerto y devorado por aquellos de quienes me alimentaba, y me cazarán, mí que antes les cazaba. ¡Desgraciado! ¡yo expiaré su sangre con la mía, y eso por obra de este hombre que yo pensé que no conocía el mal! ¡No perezcas antes que yo sepa si has de cambiar de pensamiento; si no, perece miserablemente!

¿Qué haremos, oh Rey? A ti toca decir si debemos marchar ó ceder á las palabras de este hombre.

En verdad, siento por él una gran piedad, no recientemente, sino hace largo rato.

¡Ten piedad de mí, ¡oh hijo! te conjuro por los Dioses! No hagas, abandonándome cobardemente, que los hombres te cubran de oprobio.