Temo, ¡oh hijo! que ese voto no se cumpla. He aquí de nuevo que una sangre negra fluye y brota del fondo de mi úlcera, y espero una nueva angustia. ¡Ay! ¡ay! ¡ay de mí! ¡Oh pie, con qué males me agobias! ¡El mal avanza, hele aquí! ¡Ay de mí! ¡Desgraciado! Todo lo sabéis ahora.
No huyáis, yo os conjuro. ¡Ay! ¡ay! ay! ¡Oh extranjero cefalenio, pluguiera á los Dioses que este dolor atacase á tu corazón! ¡Ay de mí! ¡Ay! ¡ay! ¡ay! ¡ay de mí otra vez! ¡ay!
¡Oh jefes del ejército, Agamenón, Menelao, ojalá vosotros á vuestra vez os veáis desgarrados por el mismo mal durante tan largo tiempo! ¡Ay de mí! ¡ay! ¡Oh muerte! Muerte á quien llamo cada día, ¿nunca puedes venir? ¡Oh hijo! ¡oh bien nacido, cógeme, quémame con el fuego célebre de Lemnos! Ciertamente, cambio de esas armas que tienes ahora, presté, en otro tiempo, el mismo servicio al hijo de Zeus. ¿Qué dices, hijo? ¿qué dices? ¿Por qué callas? ¿En qué piensas, oh hijo?
Hace tiempo que estoy afligido, lamentándome de tus males.
Ten valor, ¡oh hijo! porque si este mal llega con presteza, se va lo mismo. Pero, yo te conjuro, no me dejes solo.
Tranquilízate, nos quedaremos.
¿Te quedarás ciertamente?
Tenlo por seguro.
¡Oh hijo! No quiero obligarte por juramento.
TOMO II