Ha muerto, no por la mano de ningún hombre, sino por la de un dios. Ha sido abatido por el arco de Febo.
Vencedor y vencido, son ambos de buen linaje. Vacilo, no sabiendo, ¡oh hijo! si te interrogaré primero sobre lo que has sufrido, ó si lloraré á Aquileo.
Creo que tienes bastante con tus desdichas sin llorar además las de otro.
Bien has hablado; así, pues, refiéreme desde el principio lo que te concierne y el ultraje que se te ha hecho.
El divino Odiseo y el protector de mi padre vinieron á buscarme en una pintada nave, diciendo, con verdad ó con mentira, no sé, que á ningún otro estaba concedido, después que mi padre había muerto, destruir á Pérgamo. Como hablaban así, no tuvieron que apremiarme mucho tiempo, extranjero, á partir prontamente en la nave. Deseaba en gran manera ver á mi padre muerto y no sepultado todavía, porque nunca le había visto antes. Ciertamente, otro glorioso deseo me impulsaba también, cual era abatir la ciudadela de Troya. Después de dos días de navegación favorable, abordé al áspero promontorio Sigeo. Y tan pronto como salí de la nave, todo el ejército, rodeándome, me saludó. Y juraban que veían de nuevo, vivo, á Aquileo, que ya no existía. Y éste yacía, dispuesto para ser sepultado.
En cuanto á mí, desdichado, después de llorarle, me dirigí á los Atreidas, que debían ser mis amigos como era justo, y reclamé las armas y los demás bienes de mi padre. Pero ¡ay! diéronme esta impudentísima respuesta: «¡Oh hijo de Aquileo! Puedes tomar todos los demás bienes de tu padre; pero otro hombre, el hijo de Laertes, posee sus armas.»» Entonces, con lágrimas, me levanté lleno de cólera é indignaTOMO II