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Sófocles

mo, privada de parientes, sin ningún amigo que me proteja; y hasta, como una vil esclava, vivo en las moradas de mi padre, indignamente vestida y manteniéndome de pie junto á las mesas vacías.

Estrofa III

Fué lamentable, en efecto, el grito de tu padre, á su vuelta, en la sala del festín, cuando el golpe del hacha de bronce cayó sobre él. La astucia enseñó, el amor mató; ambos concibieron el horrible crimen, ya lo cometiera un dios ó un mortal.

¡Oh el más amargo de todos los días que he vivido! ¡Oh noche! ¡Oh desgracia espantosa del banquete execrable, en que mi padre fué degollado por las manos de los dos matadores que me han arrancado la vida por traición y me han perdido para siempre! ¡Que el gran Dios olímpico les envíe males semejantes! ¡Que nada feliz les suceda jamás, puesto que han cometido un tal crimen!

Antistrofa III

Trata de no hablar tanto. ¿No sabes tú, caída de tan alto, á qué indignas miserias te entregas así por tu plena voluntad? Has, en efecto, elevado tus males hasta el colmo, excitando siempre querellas con tu alma irritada. Es preciso no provocar querellas con los que son más poderosos que uno.

El horror de mis males me ha arrebatado. Lo sé, reconozco el movimiento impetuoso de mi alma, pero no me resignaré á mis dolores horribles, mientras viva. ¡Oh familia querida! ¿á quién podré oir una palabra discreta, á qué espíritu prudente? Cesad, cesad de consolarme. Mis lamentos no acabarán jamás; jamás, en mi dolor, cesaré de prorrumpir en quejas innumerables.