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Sófocles

¡Ay, ay! Esto ya está claro. Pero ¿quién refirió estas cosas, oh mujer?

Uno de los servidores, el único que volvió sano y salvo.

¿Está ahora en la morada?

No, porque en cuanto estuvo de vuelta y te vió en posesión del poder real, y á Layo muerto, me suplicó ardientemente, cogiéndome la mano, que le enviase al campo á apacentar los rebaños, á fin de permanecer muy alejado de esta ciudad. Y yo le dejé marchar, porque era digno de recompensa, aunque esclavo.

¿Es posible hacerle volver con toda prontitud á nuestro lado?

Es muy fácil. Pero ¿por qué lo deseas?

Temo, ¡oh mujer! que se me hayan dicho ya demasiadas cosas. Por eso querría ver á ese hombre.

Vendrá, ciertamente. Pero, en el intervalo, creo ser digna de saber, ¡oh Rey! lo que entristece tu corazón.

No te rehusaré esto, cuando no me queda mas que esta esperanza. ¿A quién, en efecto, mejor que á ti, confiarmeen tal incertidumbre? Mi padre era Polibo el corintio y mi madre Merope de Dórida; y yo era tenido por el primero entre los hombres de Corinto, cuando me sucedió una aven-