Página:Tragedias de Sófocles - Leconte de Lisle (Tomo I).djvu/65

Esta página no ha sido corregida
61
Edipo, rey

que otro hombre; pero, antes de que sus palabras sean confirmadas por los hechos, no seré yo de los que condenan á Edipo. En otro tiempo, cuando apareció la Virgen alada, manifestó su sabiduría y su benevolencia para la ciudad, y por eso es por lo que, nunca, de mi propio juicio, le tendré por culpable.

Hombres de esta ciudad, sabiendo que el rey Edipo me dirige las más odiosas acusaciones, vengo, penetrado de un dolor intolerable. Si, en la calamidad presente, piensa que, por mis palabras ó mis acciones, le he causado algún mal, acusado de un crimen semejante, no tengo deseo de una vida más larga. No sería poco, en efecto, semejante injuria; pero sería para mí una grandísima desgracia ser rechazado por la ciudad, por vosotros y por mis amigos.

Pienso que su cólera ha expresado ese ultraje, más bien que la reflexión de su espíritu.

¿Cómo se ha probado que el adivino ha mentido por mis consejos?

Lo ha dicho, en efecto, pero no sé sobre qué prueba.

¿Sus ojos estaban tranquilos, su espíritu estaba sosegado cuando me ha acusado de ese crimen?

No sé, no mirando lo que hacen los príncipes. Pero ve ahí á él mismo que sale de las moradas.

¡Hola! ¡tú! ¿qué haces aquí? ¡Tu audacia y tu impudencia son tan grandes, que te atreves á acercarte á mis moradas, tú que me matas abiertamente, tú, el ladrón probado de mi poderío! ¡Vamos, habla! ¡Te conjuro por los Dioses! ¿Has visto en mí cobardía ó demencia, para haber emprendido esto? ¿Has esperado que no descubriría tu designio