decretos á causa de la muerte de Layo, está aquí. Se le llama extranjero, pero bien pronto será reconocido como un tebano indígena, y no se regocijará por ello. De vidente se volverá ciego, de rico, pobre, y partirá para una tierra extranjera. Será á la faz de todos el hermano de su propio hijo, el hijo y el esposo de aquella de quien nació, el que compartirá el lecho paterno y habrá matado á su padre. Entra en tu morada, piensa en estas cosas, si me coges en mentira, di entonces que soy un mal adivinador.
¿Quién es el que la roca fatídica de Pito declara haber cometido con sus manos ensangrentadas el más abominable de los crímenes? Es tiempo de que emprenda la huída, más veloz que los caballos rápidos como el viento, porque el hijo de Zeus, armado del fuego y los relámpagos, va á precipitarse sobre él, seguido por los rayos terribles é inevitables.
En efecto, he aquí que una ilustre Voz, partiendo del nevado Parneso, ordena buscar á ese hombre que se oculta. Va errante por los bosques salvajes, bajo los antros, entre las rocas, como un toro, y vagabundea, desgraciado y con pie miserable, solitario, á fin de escapar al oráculo salido del Ombligo de la tierra. Pero el Oráculo siempre indestructible vuela á su alrededor.
Me turba horriblemente el adivino augural, y no puedo ni afirmar ni negar lo que dice. Vacilo, no sabiendo cómo hablar, y me quedo en suspenso, y no veo nada de cierto ni en el presente ni en el pasado. Jamás he oído decir que haya habido disensión alguna entre los Labdácidas y el hijo de Polibo, y nunca he dudado del excelente renombre de Edipo entre todos los hombres, y que pueda haber un vengador del asesinato misterioso del Labdácida.
Si Zeus y Apolo son sabios y conocen las acciones de los hombres, no estoy cierto de que este adivino, entre todos, sepa más que yo. Ciertamente, un hombre puede saber más