tigo de mi parte. ¡Si alguno sabe que un extranjero cometió esta muerte, que no calle su nombre, porque yo le recompensaré y le estaré reconocido por añadidura! Pero si os calláis, si alguno de vosotros, temiendo por sí ó por un amigo, desdeña mis palabras, sabed lo que haré. Mando que este hombre no sea acogido por ningún habitante de esta tierra en que yo poseo el poderío y el trono; que nadie sea su huésped ni le admita á las suplicaciones y á los sacrificios divinos y no lo bañe con agua lustral; que todos le rechacen de sus moradas, y que sea para nosotro como una mancha, tal como el oráculo del dios pítico me lo ha declarado. De esta manera ayudo al dios y al hombre muerto. Maldigo al matador desconocido, ya haya cometido solo el crimen ó ya le hayan ayudado varios. ¡Que la desgracia consuma su vida! ¡Que sufra yo mismo los males que mis imprecaciones llaman sobre él, si le recibo voluntariamente en mis moradas! Os mando, pues, obrar así, por mí, por el Dios, por este país herido de esterilidad y de abandono. Aun cuando el oráculo no lo hubiera ordenado, no convenía dejar inexpiada la muerte de aquel hombre tan valiente, de aquel difunto rey; sino que hubiese sido preciso preocuparse de ello. Ahora, puesto que yo poseo el poderío que él tenía antes de mí; puesto que yo he tomado por esposa á su propia mujer para procrear de ella, y que si él hubiera tenido hijos, ellos hubiesen llegado á ser los míos; puesto que el mal destino se dejó caer sobre su cabeza, yo obraré para él como si fuese mi padre, é intentaré todo para prender al matador del Labdácida, del descendiente de Polidoro, de Cadmo y del antiguo Agenor. Para los que no obedezcan mis órdenes, suplico á los Dioses que no tengan ni cosechas de la tierra, ni hijos de sus mujeres, y que mueran del mal que nos agobia ó de uno más terrible todavía. ¡Pero, para vosotros, cadmeos, que me aprobáis, pido que la Justicia y todos los Dioses propicios os ayuden!
Puesto que me obligas á ello por tu imprecación, ¡oh Rey! hablaré. No he matado ni puedo decir quién mató. A Febo, que ha pronunciado ese oráculo, es á quien toca decir quién cometió el crimen.
Dices una cosa justa, pero ningún hombre puede obligar á los Dioses á que hagan lo que no quieren hacer.