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Sófocles

No hay necesidad. Obedeceré. Sin embargo, hago esa imprecación.

¿Conoces la cima del Eta, consagrada á Zeus?

La nozco. He ofrecido con frecuencia sacrificios sobre esa cima.

Allí es donde tienes que llevar mi cuerpo, con tus manos y con ayuda de aquellos de tus amigos que quieras. Después de cortar un buen número de encinas robustas y de fuertes olivos, depositarás allí mi cuerpo, y prenderás fuego con una ardiente antorcha de pino. Nada de lágrimas ni de gemidos, si verdaderamente has nacido de mí. Ni gimas, ni llores. Si no, aunque esté entre los muertos, te enviaré misimprecaciones.

¡Ay! Padre, ¿qué dices? ¿Qué esperas de mí?

Lo que debes hacer. Si no, serás el hijo de cualquier otro padre, pero no el mío.

¡Ay! Padre, una vez todavía: ¿qué acción me pides? ¿ser parricida, ser tu matador?

No es eso, sino curarme, librarme de los males que me agobian.

¡Qué! ¿Si quemo tu cuerpo, lo curaré?

Si eso te inspira horror, haz por lo menos el resto.