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Sófocles

Habiendo visto á tu nueva esposa en la morada, y queriendo asegurarse tu amor con un filtro, se ha equivocado.

Y, entre los traquinenses, ¿quién es ese gran encantador?

El centauro Neso la aconsejó en otro tiempo excitar tu amor con ayuda de ese filtro.

¡Ay! ¡ay! ¡Desgraciado! ¡Qué mísero soy, yo muero! ¡Muerto soy! ¡La luz no es ya más para mí! ¡Oh Dioses! Al fin comprendo á qué miseria estoy reducido. Ve, ¡oh hijo! porque tu padre no vive ya. Llama á todos tus hermanos; llama la desventurada Alcmena, vanamente llamada la esposa de Zeus, para que oigáis lo que yo sé de mis oráculos supremos.

Pero tu madre no está aquí. Reside ahora en la ribera de Tirinto, donde educa una parte de tus hijos que se ha llevado, y los demás habitan en la ciudad de Tebas. Nosotros, los aquí presentes, te escucharemos y haremos lo que haga falta hacer.

Escucha, pues. Este es el momento, efectivamente, de mostrarte digno de ser llamado hijo mío. Se me predijo en otro tiempo por mi padre que ningún viviente me mataría jamás, sino que la vida me sería arrebatada por un habitante del Hades. Así, con arreglo á la sentencia fatídica, aunque muerto, el salvaje Centauro me ha matado. Todavía te revelaré oráculos recientes, y semejantes á los antiguos, y que se cumplen para mí. Habiendo entrado en el sagrado bosque de las encinas que reposan sobre la tierra y pueblan las montañas, escribí sobre tablillas las palabras de la profética Encina paterna. Mi padre me anunciaba que este mismo tiempo presente vería el término de mis trabajos. Yo esperaba, pues, vivir en adelante felizmente; pero esto no significaba otra cosa sino que voy á morir, porque no